Hace alrededor de
2400 años Sócrates fue condenado a muerte. Los cargos formulados en su
contra eran fundamentalmente dos: no reconocer los dioses de la ciudad y
corromper a la juventud. Mucho se ha escrito acerca de lo injusto de
ambas acusaciones, y lo injusto del juicio en general y sobretodo de la
sentencia final. De hecho la muerte de Sócrates ha sido comparada,
guardando las obvias distancias, con la injusta muerte de Cristo; y son
muchos los escritores de todos los tiempos los que se han entretenido
encontrando sutiles analogías entre ambas figuras históricas.
La vida de
Sócrates es la vida de un luchador. ¿Contra quién luchó Sócrates? La
respuesta es fácil hallarla en cualquier manual de historia de la
filosofía; en efecto todos nos dirán que los adversarios contra los
cuales Sócrates dirigió la fuerza inmensa de su talento fueron los
sofistas. Y ¿Quiénes eran los sofistas? Acerca de los sofistas también
se ha escrito mucho; fundamentalmente se puede decir que eran maestros
especialistas en retórica. Pero no al modo como puede serlo un retórico
normal. Para ellos la retórica lo era todo. Es decir que para ellos no
existía la verdad, la ciencia, el conocimiento objetivo de la realidad
de las cosas. Sólo existía la palabra, el discurso; y se proponían
enseñar a las personas como hablar acerca de cualquier cosa defendiendo
tanto los pros como los contras, sin importarles para nada la verdad de
las cosas. Sólo importaba convencer, persuadir, ganar seguidores a
través de discursos bien hechos; no es una casualidad que el periodo de
aparición de los sofistas coincida con el periodo en que Grecia veía el
auge del sistema democrático, oportunidad única para que la plebe
pudiera destacarse públicamente y aspirar a cargos de relevancia.
En este ambiente contar con maestros hábiles en el arte de convencer, de arrastrar, de persuadir, fue de un valor incalculable. De hecho se dice que estos sofistas cobraban dinero por sus enseñanzas, lo cual los hacía odiosos a los ojos de los verdaderos filósofos, quienes por el contrario siempre habían vivido con la convicción de que la sabiduría descendía a los filósofos para que estos fueran sus dispensadores a los hombres, en beneficio de todos y jamás con afán de lucro.
En este ambiente contar con maestros hábiles en el arte de convencer, de arrastrar, de persuadir, fue de un valor incalculable. De hecho se dice que estos sofistas cobraban dinero por sus enseñanzas, lo cual los hacía odiosos a los ojos de los verdaderos filósofos, quienes por el contrario siempre habían vivido con la convicción de que la sabiduría descendía a los filósofos para que estos fueran sus dispensadores a los hombres, en beneficio de todos y jamás con afán de lucro.
En
este contexto la figura de Sócrates se levanta como un enorme faro
dispuesto a evitar el naufragio de la razón humana. Para Sócrates, el
hombre posee la capacidad de conocer la verdad de las cosas, posee la
capacidad de tener conocimientos objetivos de la realidad que lo rodea y
también de sí mismo. La verdad y el error existen y podemos conocerlos y
distinguirlos. Pero quizá lo más importante es que para Sócrates existe
una verdad acerca del hombre mismo. Es decir que el hombre es un ser de
la naturaleza, que como todo otro ser posee una forma bien definida de
existir, posee una esencia, posee una naturaleza que lo hace ser lo que
es y no otra cosa; la naturaleza o esencia de algo (incluido el hombre)
es aquello que somos, aquello que se responde cuando se pregunta ¿qué es
Sócrates?, Sócrates es un hombre, y ¿Qué es ser hombre? Y así
sucesivamente hasta llegar a determinar con precisión la esencia humana.
Una de las consecuencias de esta visión socrática de la realidad es que
el fin de cada ser está en obrar de acuerdo con su naturaleza.
Así, el fin del
árbol es obrar como árbol y no como perro. El del perro es obrar como
perro y no como árbol, y así de todo lo demás, incluido el hombre. El
fin del hombre consiste en obrar en conformidad con su naturaleza
humana, de manera que toda conducta que sea realizada contrariamente a
esa naturaleza será una conducta errada, viciosa, y dañina. Sería un
obstáculo, un impedimento y se constituiría en una verdadera
autoagresión.
Para Sócrates los
sofistas eran los grandes destructores del hombre, pues al destruir la
capacidad de la inteligencia humana para conocer la verdad de las cosas
se destruía no solamente el fundamento de la ciencia sino también y más
grave aún el fundamento de toda moralidad. La moral es la ciencia que,
al estudiar la naturaleza humana concluye estableciendo los cauces por
los cuales ha de fluir la conducta humana para obrar siempre de
conformidad con esa naturaleza, para alcanzar el fin. Pero si los
sofistas están en lo cierto, si la razón humana no está facultada para
el conocimiento de la realidad, de la naturaleza de las cosas, si es tan
sólo una facultad encargada de crear bonitos discursos pero
desconectados de toda realidad, entonces se hace inevitable caer en el
relativismo. Precisamente el relativismo es la doctrina según la cual,
al no existir ni la verdad ni el error entonces todo vale por igual,
todo está permitido, todo es verdad y todo es falso, ningún
comportamiento es malo, ningún comportamiento es bueno; todo se reduce a
opiniones personales, a puntos de vista, a perspectivas, a elecciones
personales sin fundamento, caprichosas.
Ante semejante
caos Sócrates reacciona y dedica su vida entera y la totalidad de sus
fuerzas a recordar a los hombres la existencia de esa noble facultad
humana, la inteligencia, dueña de la capacidad de descubrir la verdad de
las cosas, la naturaleza de los seres, los modos de ser, en una
palabra: la realidad. Esta defensa de la inteligencia terminó costándole
la vida, pues sus enemigos jamás le perdonaron que fuera la piedra en
el zapato de tantos contemporáneos quienes preferían quizá el universo
ofrecido por la sofística, el fácil universo del relativismo, de la
ausencia de valores y principios.
Es por ello que
hemos escogido la muerte de Sócrates como imagen central del blog.
Creemos que se trata verdaderamente de un símbolo eterno, destinado a no
morir muriendo. Y de paso a inspirar a otros, quienes en el transcurso
de los siglos que estaban por venir, estarían destinados como nosotros a
vivir en una época dominada por los sofistas. Y precisamente de esto
queremos tratar en las siguientes entradas; nuestra tesis será la
siguiente: el mundo actual es semejante al mundo socrático; pululan los
sofistas.
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