Homilía
de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en la misa de
inauguración del año académico en el Seminario Mayor “San José"
Iniciamos
hoy otro año académico en el Seminario encomendándonos a la
intercesión de Santo Tomás de Aquino, bajo cuyo patronazgo nos
reconocemos. Mantenemos con este gesto la continuidad de una tradición
platense que ha seguido con fidelidad los pasos de la Iglesia
universal. No han faltado, en las últimas décadas, voces disonantes que
proclamaban la caducidad de la inspiración tomasiana de los estudios
eclesiásticos; la consideraban obsoleta, inadecuada a las exigencias
científicas, culturales y pastorales de la actualidad. Sin embargo, el
último Concilio ecuménico –que en esto ha sido el único en la historia-
recomienda dos veces el recurso al Doctor de Aquino. En la declaración
sobre la educación cristiana de la juventud se establece que en el
cultivo de las disciplinas universitarias ha de señalarse la armonía
entre la fe y la razón siguiendo las huellas de los doctores de la Iglesia, principalmente de Santo Tomás de Aquino
(Gravissimum educationis momentum, 10). En el decreto sobre la
formación sacerdotal se dispone que los estudiantes de teología deben
empeñarse en profundizar en los misterios de la fe para
descubrir la íntima conexión que los religa; tienen que iniciarse en la
especulación teológica bajo el magisterio de Santo Tomás (Optatam totius, 16).
La
actualidad permanente del Aquinate y la consiguiente pertinencia del
estudio de sus obras y de la adopción de sus principios ha sido
remarcada por la enseñanza reciente de los pontífices. Basta recordar la
encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II y varias intervenciones de Pablo VI, a quien le correspondió celebrar el séptimo centenario de la muerte de Santo Tomás. En esa oportunidad aseguró que todos, todos los que somos hijos fieles de la iglesia podemos y debemos, por lo menos en alguna medida, ser discípulos suyos. Además, aquel Papa preguntaba: Maestro Tomás, ¿qué lección nos puedes dar? Y se respondía:
la confianza en la verdad del pensamiento religioso católico, tal como
él lo defendió, expuso y abrió a la capacidad cognoscitiva de la mente
humana. Benedicto XVI le ha dedicado a Santo Tomás las catequesis
de tres audiencias generales, las de los miércoles 2, 16 y 23 de junio
de 2010. Ha dicho: incluso más de setecientos años después de su muerte, podemos aprender mucho de él.
El pontífice destaca sobre todo la valoración tomasiana de la razón y
su capacidad para alcanzar la auténtica verdad sobre el hombre. Dice,
sintéticamente: Santo Tomás nos propone una visión de la razón
humana amplia y confiada: amplia porque no se limita a los espacios de
la llamada razón empírico-científica, sino que está abierta a todo el
ser y por tanto también a las cuestiones fundamentales e irrenunciables
del vivir humano; y confiada porque la razón humana, sobre todo si
acoge las inspiraciones de la fe cristiana, promueve una civilización
que reconoce la dignidad de la persona, la intangibilidad de sus
derechos y la obligatoriedad de sus deberes. En la catequesis de Benedicto XVI se refleja el altísimo concepto que Santo Tomás tenía de la persona humana, lo más perfecto que hay en toda la naturaleza y
la actualidad de su enseñanza sobre el obrar humano y la ley natural,
en la que se expresan las exigencias de nuestra condición. Cuando se niega la ley natural y la responsabilidad que implica –afirma el Papa- se abre dramáticamente el camino al relativismo ético en el plano individual y el totalitarismo del Estado en el plano político.
Como sabemos, la obra del Doctor Angélico es vastísima. Ante todo, hay que mencionar las síntesis teológicas: el Escrito sobre las Sentencias
de Pedro Lombardo no es un mero comentario, sino que suscita
cuestiones sobre temas que emergen de aquel texto oficial de la
enseñanza universitaria de la teología; la Suma contra los Gentiles, que ha sido llamada incorrectamente Suma Filosófica; su obra máxima, la Suma Teológica, interrumpida en la cuestión 90 de la tercera parte; y el Compendio de Teología,
que también quedó inconcluso y en el cual intentó distribuir la
materia utilizando como principio ordenador la fe, la esperanza y la
caridad. El conjunto de los escritos tomasianos incluye disputas
universitarias, comentarios a la Sagrada Escritura, comentarios a
Aristóteles y a otros autores, escritos polémicos, tratados sobre
asuntos particulares, respuestas a consultas sobre diversos temas,
textos litúrgicos y predicaciones. Se le atribuye además una serie de
escritos de dudosa autenticidad.
La
Suma contra los Gentiles, compuesta entre 1259 y 1264, y la intención
que le dio origen, manifiestan un flanco singular de la presentación de
la verdad cristiana. En algunos manuscritos la obra recibe este título: Libro sobre la verdad de la fe católica, contra los errores de los infieles.
El calificativo de infieles se refiere, en general, a quienes resisten
a la fe, pero frecuentemente en el texto designa a musulmanes y
paganos. Desde el comienzo, el autor advierte que el oficio del sabio
es doble: proclamar la verdad que ha meditado y refutar los errores que
se le oponen. La Suma Contra los Gentiles es una obra de sabiduría,
pero no una síntesis teológica propiamente dicha, ya que se notan en
ella muchas omisiones; parece, más bien destinada al uso de los fieles
que estaban en contacto con no cristianos y tenían que afrontar sus
objeciones y responder a ellas con argumentos eficaces. Hoy diríamos
que tiene un carácter misional, apologético. Es un testimonio del
diálogo y la controversia entablada en el siglo XIII por los pensadores
católicos con los sabios judíos y musulmanes, una especie de manual
para esa importantísima tarea eclesial. Algunos sostienen que Santo
Tomás lo compuso por encargo del maestro general de su Orden, para el
uso de los misioneros dominicos que predicaban en España y en el norte
de África. El Padre Patfoort la define como una escuela de presentación de la fe cristiana a los infieles.
El
planteo metodológico del Aquinate es actualísimo. Se propone demostrar
que las verdades de la fe no son imposibles, incongruentes, ilógicas;
para manifestarlo toma en cuenta qué podría pensar de sus explicaciones
la gente que no tiene fe o se abroquela en prejuicios contra ella.
Comprende que no se puede convencer a tales adversarios con las mismas
razones que bastan a los fieles; la insuficiencia de esos argumentos los
llevaría probablemente a creer que no tiene fuerza racional nuestra
adhesión a la verdad y así quedarían confirmados en el error. El
principio fundamental es que la razón natural no puede ser contraria a
la verdad de la fe. Por eso, en los tres primeros libros de esta Suma,
Santo Tomás se dedica a esclarecer puntos de la doctrina católica que
son accesibles a la razón: lo que ésta es capaz de investigar acerca de
Dios pero que la revelación aclara y refuerza. El diálogo entre
cristianos e infieles implica que antes de abordar las diferencias se
subrayen los puntos de acuerdo. En el libro IV la temática es más
propiamente teológica; al exponer los misterios de la fe que exceden a
la razón, el Santo Doctor exhibe argumentos que permitan a los no
creyentes reconocer que esas verdades no son contrarias a la idea que
ellos tienen de Dios. Emplea para ese fin las autoridades que ellos
aceptan: el Antiguo Testamento en la discusión con los judíos, el Nuevo
con los herejes, la razón natural con los musulmanes y paganos. La
discusión se apoya en la meditación, y supone la posibilidad de un
encuentro armonioso entre la filosofía y la Sagrada Escritura, la razón y
la revelación, los autores no cristianos y los Padres de la Iglesia y
demás doctores católicos.
Me he detenido en la Suma contra los Gentiles porque constituye, mutatis mutandis,
un modelo a seguir. También hoy en día, el maestro de la verdad
católica –como se decía en el siglo XIII-, el profesor de religión, el
predicador ministro de la Palabra y aun los fieles ilustrados no pueden
contentarse con una simple exposición de la doctrina, sin
consideración de los errores contrarios que la oscurecen, de los
prejuicios culturales que impiden su recta comprensión, del ambiente
filosófico o más bien ideológico que se va tornando hegemónico en la
opinión general. Es preciso elaborar un acompañamiento apologético de
la difusión de la verdad y para eso estudiar el pensamiento
contemporáneo, registrar sus puntos de acuerdo o de no oposición a la
fe, para apoyarse en ellos y elaborar los argumentos racionales
necesarios para desmontar los errores que la contradicen. Benedicto XVI
en su obra personal como teólogo y en su magisterio como pontífice
manifiesta el aprecio de la tradición católica por el papel de la razón
en la búsqueda de la verdad natural y en la fascinante aventura del intellectus fidei, en el gozoso ejercicio de pensar la fe.
Al
invocar a Santo Tomás en el comienzo de las lecciones del año
tendríamos que advertir que esta referencia no puede ser meramente
ceremonial. ¿Qué contacto efectivo con su pensamiento pueden establecer
los alumnos en los cursos de filosofía y de teología? Reconozcamos que
normalmente se estudia con manuales y que no es común en los programas
la lectura directa de sus textos, más allá de algunas citas o
fragmentos seleccionados. Es verdad que el Doctor Angélico no abordó
todas las cuestiones de las materias que hoy integran el currículo; es
necesario completar y actualizar su enseñanza para desarrollar nuevos
temas y dar razón de enseñanzas más recientes del magisterio eclesial.
Pero
los alumnos de esta época pueden tener que enfrentar dificultades de
índole subjetiva y cultural para leer a Santo Tomás. Para hacerlo, en
primer lugar hay que tener tiempo y querer dedicarlo a esa tarea.
Estamos apremiados por muchos requerimientos, la imprescindible entrega
al estudio se ve disipada por múltiples objetos de distracción. Las
nuevas tecnologías no solo ofrecen maravillosas posibilidades para el
empeño intelectual; también representan una trampa: basta pensar en el
tiempo que pierden tantos jóvenes solazándose en gansadas mediante facebook, twitter, chateos y mensajitos telefónicos. Además, registremos esta paradoja: la simplicidad y la claridad de la ratio
tomasiana abruma a quienes no están adiestrados en hábitos rigurosos
de pensamiento. La desconexión lógica es -al decir de psicólogos y
pedagogos- una deficiencia de muchos jóvenes de hoy que ya constituyen
una generación digital. Leer a Santo Tomás, sin embargo, es un ejercicio
costoso pero saludable, medicinal: ayuda a pensar según el dinamismo
natural de la inteligencia y el que es propio de la fe; ordena la
cabeza. Otro obstáculo es el idioma. Por cierto, existen muchas
traducciones, pero es mejor leerlo en latín –el suyo es accesible y
podría proponerse como una meta en los cursos de esa lengua. Una posible
solución sería ofrecer cursos optativos de lectura, en su original, de
textos tomasianos; optativos, pero para algunos habría que aplicar el
evangélico compelle intrare.
Las
observaciones que acabo de presentar se refieren a la dimensión
intelectual de la formación impartida en el Seminario, pero no
exclusivamente a ella. La vida intelectual y la vida espiritual son
realidades fraternas, vale decir: el estudio y la investigación por un
lado, y por otro, el ejercicio de la oración y el cultivo de la comunión
con Dios, están íntimamente vinculados en el hombre de fe. También en
este aspecto de la personalidad cristiana resulta modélica la figura de
Tomás. En una de las catequesis antes mencionadas, Benedicto XVI
concluye así: La profundidad del pensamiento de santo Tomás de Aquino brotaba –no lo olvidemos nunca- de su fe viva y de su piedad fervorosa. Y cita una inspirada oración en la que el santo Doctor le pide humildemente a Dios: Concédeme,
te ruego, una voluntad que te busque, una sabiduría que te encuentre,
una vida que te agrade, una perseverancia que te espere con confianza y
una confianza que al final llegue a poseerte. Oración que podemos hacer nuestra y que podemos adoptar como programa para este año, o mejor, como programa de toda la vida.
Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata
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