Presentamos aquí el "anteprólogo" escrito por el R.P. Leonardo
Castellani S.J. a su versión castellana de la Summa Teológica de Santo
Tomás de Aquino, editada por el Club de Lectores en Buenos Aires allá
por 1944. En estas líneas está pintado de cuerpo entero, no sólo el
Angélico, que es su tema, sino también Castellani, que es su autor, con
su incomparable y genial estilo, en estas páginas que a nuestro modesto
juicio están entre las más hermosas que se ha escrito sobre Santo Tomás.
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ANTEPROLOGO (1)
I. — RAZÓN DE ESTE TRABAJO
Viajando por nuestro país nombré una vez a Tomás de Aquino; y un
compañero de tren me preguntó con toda seriedad si ese Aquino era de
Corrientes. Porque, en efecto, Aquino es apellido correntino.
Se podía responder que no con una sonrisa. Pero también se puede
responder con más profundidad aunque con menos sencillez: "Si señor,
Tomás de Aquino es de Corrientes. No está en las listas del Senador
Vidal. Pero fue uno de los maestros de San Martín y del Sargento
Cabral."
Tomás de Aquino es de toda la Cristiandad entera, aun en sus rincones
mesopotámicos, y sobre todo de esta cristiandad latina a que tenemos el
honor y el riesgo de pertenecer. El Senador Vidal, como todo correntino,
debe tener mucho de tomista sin saberlo, porque nadie puede sustraerse a
una tradición secular. A través de la Orden de Predicadores, de las
otras órdenes religiosas, de la Jerarquía católica, del clero secular y
de los conquistadores, la Suma Teológica del Aquinense se instiló en el
Nuevo Continente inspirando costumbres, leyes, actos de gobierno,
hábitos mentales y maneras de hablar. "Es increíble la cantidad de latín
que hay incluso en el lunfardo de un reo de la Boca y en la lengua
turfística de un sportsman de Palermo" —ha dicho Eugenio D’Ors ("El
Debate", Madrid, 20 de junio de 1934).
La lengua latina que impregna como un mantillo húmedo las raíces de
nuestro romance castellano —y sin cuyo conocimiento al menos en las
élites intelectuales nuestra lengua degenera necesariamente— fue
rechazada de la enseñanza por los hombres del 84 sin que se pueda
asignar para ese fenómeno hoy día ninguna razón perceptible; puesto que
en esto no imitaron según su costumbre, ni a Francia ni a los Estados
Unidos. De modo que la "Summa" del de Aquino, que está más honda en
nuestra nacionalidad que los mismos Aquinos de Corrientes, fue sustraída
en su texto original hace 60 años a la incipiente alta cultura
argentina. ¡ Y así le ha ido a ella desde entonces! Y ahora hay que
traducirla como se pueda a la lengua vulgar. Paciencia. No hay mal que
por bien no venga. Puede ser que sirva como instrumento de comunicación
hispano-americana.
"He aquí que de nuevo en 1944 —escribe la revista "Moctezuma", de
Méjico— van saliendo de las prensas argentinas los volúmenes poderosos
de su obra magna en lengua de Castilla. En otros tiempos, cuando
Occidente era Cristiandad, un occidental que no supiera latín era
considerado un primitivo. Hoy, que se nos ha quebrado en pedazos la
herencia de muchas generaciones... nos parece primitivo el que sabe
latín; progresista el que posee una radio Philco y un Ford V 8.
"La Suma Teológica fue una de las más poderosas contribuciones a la
culminación de la unidad occidental. Unidad que era idea antes de ser
hecho. Cuando todo Occidente —desde Oxford a Mesina y desde Salamanca a
Nuremberg— estudiaba la Suma sin pensar que Tomás era fraile o italiano o
escribía en latín, existían valores superiores a esos instintos
carniceros que nos encierran hoy en fronteras de montes o de ríos, de
lenguas o de razas, para odiar o explotar más cómodamente a los que
viven al otro lado..."
II. — LO QUE ES EL AUTOR
El Pbro. Dr. Nicolás O. Derisi nos ha vertido un libro de Jacques
Maritain, El Doctor Angélico, donde está contenido todo cuanto hace
falta saber del hijo de los condes de Aquino; como hombre, como Santo y
como Doctor.
Santo Tomás de Aquino es un milagro de la Providencia, nacido para
llenar una misión intelectual que había de extenderse a todos los
siglos, y prevenido ende para ella con dones tan extraordinarios de
natura y de gracia que a los que tienen la dicha de conocerlo aparece
como una gran montaña del mundo moral. Esa especie de gran Ángel sereno y
activo, con sangre de reyes y cuerpo robusto de guerrero teutón que
enseñó en Colonia, París y Nápoles, el triángulo de la Cristiandad
Trecientesca, y recorrió en mula o a pie todos sus caminos, con los ojos
grandes abiertos sobre todas las cosas y todos los libros, sorbiendo el
alma y la entraña viva de los libros y las cosas, infatigable devorador
del SER, que es el alimento insaciable de la inteligencia, la vida más
vida que hay en nosotros... Hacer un recuento de esa grandeza, ni aun en
tenue silueta, nos resulta imposible: y por eso nos referimos al libro
de Maritain. Una imagen alegórica de la misión intelectual de Santo
Tomás en el mundo, realmente hermosa, fue diseñada en forma de Auto
sacramental o Misterio por el poeta Enrique Gheón (2), traducido hace
poco al castellano por J. del Rey y J. Mejía con el nombre de La Gloria
de Tomás de Aquino.
Pondremos aquí sólo un cuadro sinóptico de su vida y otro de sus obras para comodidad de nuestro lector de la Summa.
III. — LO QUE ES LA OBRA
El espíritu de ciencia y de inteligencia para la sabiduría de las cosas
divinas que el Verbo prometió a la Iglesia, se derramó en los primeros
siglos en la obra varia y tumultuosa de los Santos Padres, brotada
primero de la polémica con los herejes y rebalsada luego en caudalosos
remansos doctrinales. La Edad Media heredó esa enorme masa de ciencia
sacra, que incluía la ciencia profana (no profanada aún en aquel
entonces) y que tenía como fermentos poderosos las reliquias de la
filosofía pagana y la ardiente contradicción de la contemporánea
especulación mahometana y judía. San Agustín, Aristóteles, Averroes, y
Salomón Maimónides simbolizan el momento intelectual de la Alta Edad
Media. De aquella masa que por momentos parecía corrompiéndose más que
fermentando (y de ahí los anatemas a Aristóteles y a los estudios
racionales de prelados más celosos que sapientes) había que hacer pan de
palabra divina a los pequeñuelos. Aquella gente a la vez infantil y
gigantesca, llena de fuerza y de candor, aquel
‘Moyen Age énorme et dé1icat" emprendió fervientemente la tarea. Fue el tiempo de las "Sentencias". y de las "Sumas".
El doctor Juan P. Ramos ha explicado entre nosotros en tres doctas
conferencias el alma, el mecanismo vital y el método tan natural como
profundo de la "Universidad" medieval. La flor de esa Universidad es la
Summa del Aquinense.
Tanto la Iglesia como la Monarquía necesitaban "letrados", que
conociesen éstos la Escritura, aquéllos el Derecho Romano. Por tanto, ni
el Rey hacía magistrados, ni el Papa Obispos y curas, por regla
general, sino al que acreditase ciencia profana o sacra: no se daban
"puestos" sino a quien fuese un "letrado"— tipo humano especial cuya
lamentable degeneración conocemos hoy día con el nombre de
"intelectual"—. Un Juan de Salisbury (Johannes Parvus) salía de la
Universidad con un enorme volumen titulado "Polycráticus", se lo mandaba
con una dedicatoria al Rey de Romanos, y a vuelta de chasque le venia
el "nombramiento" de Arzobispo de Chartres.
Ni la Iglesia ni el Rey soñaban no obstante en "monopolizar" la
enseñanza y fabricar ellos los "Letrados": al letrado lo fabrica el
Sabio, y su propia vocación y total dedicación a las letras. Les
convenía que hubiese sabios en sus reinos y que nadie los estorbase, al
contrario. Como esos reyes sabían bien su oficio de Rey, sabían honrar
como se debe a los que sabían bien su oficio de Sabios; y así Luis IX
rogaba a su mesa al fraile fornido y moreno, que no hablaba más que
latín y napolitano, y que se abstraía durante la comida y dando de
pronto un puñetazo en la mesa gritaba: "Esto es definitivo contra los
Maniqueos"; sobre lo cual el Rey sonriente mandaba traer al punto vitela
y tinta para anotar el topado argumento decisivo. El rey veía en el
fraile un ministro de Dios; y el fraile veía claramente en el rey la
espada de Dios. Dichosos los puros de corazón porque ellos verán EN
Dios.
Así pues en el Barrio Latino, sobre la colina de Santa Genoveva, a la
orilla izquierda del Sena, se aglomeraba y bullía el mundo pintoresco de
los maestros de toda laya en medio del hormigueo de los estudiantes de
todo pelo y pueblo, sobre los cuales el Rey había puesto una especie de
intelectual Sub-Rey, un Sabio entre los Sabios, que tenia el poder de
azotar y hasta de imponer poena cápitis a los suyos; poder este último
que no usó casi nunca. "Studium Generale!" "Universitas Studiorum!" Era
toda una institución, que tenía su fuerza propia y privativa, que podía
hacer temblar a los poderosos del dinero y de la espada, incluso de la
espada espiritual, y que ocupaba una tercera parte de los pensamientos
del Rey y del Papa, aunque no les gravaba para nada la Hacienda ni el
Tesoro. Hoy día es al revés: la Universidad gasta mucho y puede poco, su
luz es más sin fuerza que la luna; y entre nosotros su pobre luz
prestada parece más bien a ratos el resplandor fosforescente que brota
de los cadáveres.
Pedro el Lombardo, que recitaba todos los Santos Padres y sabía el
hebreo como un rabino, poseía un galpón cualquiera, o un patio
abovedado. Se sentaba en un sillón frailero puesto encima de dos
arneses, mientras los discípulos se amontonaban en taburetes y los más
pobres en montones de paja, algunos tirados pecho a tierra con la nariz
en los papeles, escribiendo como demonios, mientras en la puerta se
agolpaban de pie caballeros y nobles y algunas veces asomaba
discretamente un obispo extranjero; y en el silencio profundo donde
reinaba la voz chillona del Maestro de las Sentencias había novecientos
alumnos. Si el Maestro se volvía a tomar un manuscrito, surgía un rumor
espeso como el suspiro de un monstruo, un cuchicheo como el de la
lluvia; pero mirando él a su público, ni la menor palabra se escapaba,
pues los mancebos sabían bien lo que son 25 colas de gato y el Lombardo
no sabía de bromas. Un día en medio de la "lectio" llegó un faraute con
una bula del Papa refrendada por el Rey y el fornido lombardo dejó su
asiento de dos arneses por la silla archiepiscopal de París, que en
aquel tiempo era como ser Vice-Papa.
Por la mañana la "lectio", por la tarde la "disputatio", los dos
ejercicios escolares fundamentales que menciona Santo Tomás en su
Prólogo.
"Lectio" (pr. léccio) significa lectura. En aquel tiempo no había
imprenta, los libros eran pocos, la memoria humana era mayor; y quizá
también (hablando en general) la inteligencia. Los maestros tenían
libros, que eran sus instrumentos, su capital y su tesoro; Santo Tomás
dijo una vez que daría la ciudad de París par un manuscrito del
Crisóstomo. El Maestro se sentaba en alto, y empezaba simplemente a leer
su libro, el "De Trinitate" de San Agustín. Pausadamente. Todo. Tanto
el texto coma las notas marginales suyas, deteniéndose a momentos para
añadir otra nota o hacer una observación exegética; y los discípulos
¡COPIABAN TODO! Qué memorismo!, diría una maestra normal de hoy. Ese era
el tipo general de enseñanza. Pero Pedro el Lombardo había inaugurado
una enseñanza más compendiosa y nerviosa: en vez de leer el texto
patrístico entero había coleccionado las sentencias más notables, los
dichos capitales que contenían o rozaban un dogma, o que encerraban
herejías aparentes, contradicciones, antinomias, aporías, problemas.
Como un albatros sobre el mar, su memoria inmensa cernía sobre los
escritos patrísticos buscando el pejerrey del punto duro. Y así la
"lectura" se convertía en preparación inmediata de lo que era lo
esencial de la enseñanza medieval (y de toda enseñanza propiamente
filosófica), a saber, la "disputatio".
Por la tarde, uno de los mejores alumnos se sentaba al lado del Maestro y
proponía en voz resonante una "Quaestio disputata"; por ejemplo:
"Si Adán no pecara, ¿ la virginidad religiosa sería siempre preferible al estado conyugal?"
Respondo que no; porque San Pablo (2a Corintios, quinto) al recomendarla
dice: "propter instantem necesitatem" y San Agustín, en el "De bono
pudicitiae", dice que la oblación del cuerpo sexual no es posible sin la
gracia sanante ni sería meritoria sino como reacción heroica contra la
tiranía de la actual concupiscencia. Por lo cual el Divino Maestro
decía: "Sed hoc non omnes capiunt."
Entonces se levantaba uno del coro y con voz no menos juvenil trompeteaba en latín macarrónico:
"Veniâ Reverendi Moderatoris cunctorumque adstantium, contra thesim in quâ tenes:
"Si Adam non pecasset", etc.... "sic arguo:
"¡Virginitas esset quandocumque preferenda castitate conjugali!"
Porque: el mayor sacrificio que se ofrecía a Dios en la Antigua Ley era
el holocausto, por el cual se destruye completamente un animal limpio.
Ahora bien, el hombre es mortal en cuanto al cuerpo, y, sin embargo,
todo su Yo, cuerpo y alma, elementos inseparables, tienden con toda su
fuerza a la inmortalidad; y así el cuerpo animado tiende con fuerza
enorme a la inmortalidad por la progenie, inmortalidad carnal de la
especie y no del individuo, débil sustituto natural de la sobrenatural
resurrección de la carne. El mayor sacrificio que el hombre hace a Dios
es su vida, consta por Jo. XV, 13; pero por el voto de castidad el
hombre se mata en cierto modo, renunciando a esa inmortalidad carnal del
amor humano. Luego, en cualquier caso, aun en el estado de natura
íntegra, la virginidad por motivo religioso hubiera sido estado superior
al casto matrimonio, como el holocausto del cordero es acto de religión
superior a su recto uso.
El sostenedor repetía la objeción reducida a tres limpios silogismos;
otro arguyente y otro y otro se levantaban a romper lanzas. La
muchachada aplaudía, se reía y gritaba, el Gran Bedel se las veía negras
con su campanilla. Los italianos corregían a gritos los errores de
gramática, los españoles pateaban y se atusaban las nacientes perillas,
los ingleses decían flemáticamente , ¡hear! ¡ hear!, los tudescos, que
se ponían siempre juntos en un rincón, rubios y grandotes, eran famosos
por sus carcajadas. Los gordos bedeles circulaban todos colorados entre
las filas con sus temibles varas de mimbre; y parecían barriles de
aceite echados al mar, se hacía calma súbita donde pasaban. porque el
día de Disputatio Menstrua cualquier bedel tenía potestad de infligir
una "sala", y una "sala" era cosa seria. Sobre un cartapacio de piel de
cabra el Maestro anotaba tranquilamente en medio de la batahola el
resumen de las objeciones.
Entonces se levantaba el sustentante y en pausado latín y clara prosa
daba su razón fundamental, "probatio", la prueba de su tesis. Y después,
tomando una a una las objeciones, concedía la mayor, transaba la menor,
distinguía la menor subsunta, y por ende contradistinguía el
consecuente o bien negaba la consecuencia. El entusiasmo ardía de nuevo y
se trababan diálogos vivísimos mechados de interjecciones en todos los
"dialectos" de la Grande Europa; y cuando después del solemne resumen y
conclusión hechos por el Cancelario la multicolor escolaresca se volcaba
como un torrente sobre el Quai Saint Michel y la Place de Sorbon, era
seguro que la lista de tesis o "cuestiones disputadas" había sido vuelta
y revuelta en todos sentidos y el entendimiento se había tendido al
máximo, como las fuerzas y destreza de un caballero en el torneo.
La discusión es absolutamente necesaria en filosofía, cuando menos como
método didáctico (3) . Nadie puede enseñar "la filosofía", se puede
enseñar a filosofar. Filosofar es ejercitar la propia razón sobre los
primeros principios hacia las últimas razones de las cosas; y eso no es
lo mismo que repetir de memoria los razonamientos de los filósofos
puestos en fila, como pasa en muchas cátedras no muy lejos de aquí
mismo. El argumento de autoridad tiene máximo peso en Teología, cuando
se trata de la Autoridad Revelante; pero tiene el último lugar en
filosofía, donde no basta el "Autos hfa", "el Maestro lo dijo", de los
Pitagóricos. Algunos dicen que la polémica es indigna del filósofo; la
polémica le será indigna, pero la crítica le es indispensable. El libro
que para muchos es el pórtico de la filosofía moderna, la Primera
Crítica de Kant, pese a su forma expositiva, es una discusión
disimulada, donde los argumentos contrarios están implícitos o reducidos
a antinomias o antítesis. Los 3.112 artículos de la Summa son
discusiones en resumen. Habiendo usado ya el método expositivo en sus
comentarios a Aristóteles y un método semipolémico en la "Summa contra
Gentes’, el instinto poético del Santo Doctor designó calcar su "libro
de texto" teológico sobre la práctica pedagógica de la "disputatio",
imitando la "via inventionis" de la verdad por el intelecto humano; al
mismo tiempo que en la disposición de los artículos empleaba el camino
analítico, la via expositionis.
Esta idea fue un hallazgo genial. Como él lo nota en su prólogo, la
lectura comentada de los Padres era engorrosa por las repeticiones y
confusa por la falta de orden lógico; mientras que la "disputatio"
dejaba lagunas, y se enardecía sobre puntos de menor importancia. El
Lombardo había tratado de combinarlas en un cuerpo de doctrina con su
selección de "Sentencias" , que el mismo Tomás había comentado en una
vasta obra de juventud, que fue preparación de la Suma (4). No era
bastante. Dominando con su mente arquitectónica el boscaje de las
"cuestiones cuodlibetales" que él reduce analíticamente a sus primeras
raíces, y calcando después la exposición de ellas sobre la misma vida
intelectual de la época, en forma de fingida disputa, la Summa surge
como una inmensa catedral gótica : catedral que es simple en el centro,
donde como en un Sagrario late la pregunta eterna del Santo: "¿Quién es
Dios?"; inmensamente varia en la superficie, cubierta por la procesión
de todas las criaturas.
Los que no pueden ver más que la superficie, se pueden perder en ella.
Hipólito Taine, en unas páginas de increíble superficialidad, se
escandaliza de la "inutilidad" de muchas cuestiones de la Suma, y no se
arredra de emplear la palabra "imbécil" hablando de uno de los genios
reconocidamente más grandes del Universo (5). El renovador de la moderna
crítica literaria, el asombroso perito en libros, el implacable
disecador de la Revolución Francesa, comete aquí un traspié de esos que
los españoles no se sabe por qué llaman garrafales. Santo Tomás hubiera
triunfado de él modestamente diciendo que justamente por ser un
contemplador de lo concreto es inapto a filosofar, porque de lo concreto
no hay ciencia sino a lo más una virtud intelectual inferior llamada
perspicacia. "Socrates et album non est vere ens neque vere unum!"
Pero nosotros tenemos derecho a pedir más, no al pobre filósofo de
"L’Intelligence", pero al crítico literario de la "Histoire de Ia
Littérature Anglaise". Muchas de las cuestiones que él pone como ejemplo
de inútiles y estúpidas y mancha con burla fácil de enciclopedista,
representan problemas eternos de filosofía, debatidos hoy día con
palabras más abstrusas y forma menos pintoresca, debatidos por Taine
mismo. La cuestión que pusimos arriba sobre la virginidad y el
matrimonio, que no está en la Suma pero sí en el Maestro de las
Sentencias, tenemos una bibliografía de más de cien libros actuales
sobre ella, desde Lutero, por Freud, hasta el monstruoso "La chasteté
perverse", de Boivenel, que la discuten con más encarnizamiento, y menos
limpieza que antes. El mismo Taine la ha discutido sin darse cuenta;
con la diferencia de los antiguos que aquéllos eran claros y la
resolvían, y él es oscuro y encima no puede resolverla ni de lejos.
Es que la humildad de la ciencia antigua desconcierta a la ampulosidad
del cientifismo moderno. No hay nada que se parezca más a lo simplón que
lo simple; porque los extremos se tocan y la suprema sencillez del
genio puede parecerse por momentos al simple devaneo del niño. Pero un
gran crítico literario debe distinguirlos; y aquí le falló a Taine su
crítica, a causa de su rígido espíritu de sistema, de su ignorancia
filosófica y de sus prejuicios vehementes de hombre "positivo".
Que la escolástica haya disputado cuestiones meramente académicas o de
puro virtuosismo dialéctico o conceptual, es obvio; no hay ciencia
alguna en estado floreciente que no se vaya algo "en vicio", sin contar
las cuestiones sistemáticas o técnicas (como la fijación del
vocabulario), que no interesan al de afuera, pero son necesarias
adentro, como el afilar un obrero la herramienta. La socorrida cuestión
de "Si infinitos ángeles caben en la punta de un alfiler", citada
comúnmente como ejemplo de ridículo bizantinismo, envuelve en sí nada
menos que el problema metafísico del espacio, puesto en solfa y como en
juego. Debe recordarse que aquellas mentes medievales eran sanas y
juveniles, y no un vitriólico pedante cansado de la vida como Taine. Sin
embargo, Santo Tomás es entre todos los escolásticos el más sobrio y
serio, y menos amigo de hacer parábolas como la del "asno de Buridán".
Quién le iba a decir a él cuando reprendía a Platón "de tener mala
manera de enseñar, porque habla demasiado alegóricamente", que andando
los siglos le iban a dirigir a él la misma reprensión aunque con
diferente causa!
En el prólogo del tomito IV de esta traducción veremos un ejemplo de
este modo concreto de tratar los problemas filosóficos en la
sorprendente cuestión "De si en el estado de natura íntegra nacerían
solamente varones". En esta duda más bien chusca está encerrada la
difícil cuestión de la diferencia caracterológica de los sexos, debatida
hoy, por ejemplo, por Ludwig Klages en "Grundlagen der Charakterkunde",
cap. VI.
La última razón de esta forma juvenil y poética de discurrir, no es
solamente la frescura de la mente medieval (pues bien en abstracto
discurre Tomás en sus magnos comentarios a Aristóteles) sino el hecho de
que la Teología es concreta y en la Suma los problemas filosóficos
están ordenados a los teológicos (6).
IV. — LO QUE NO ES LA OBRA
Santo Tomás es un hombre a quien se le puede pedir mucho; pero siendo
nada más que hombre no se le puede pedir todo. No se le puede pedir, por
ejemplo, que sea infalible; no se le puede pedir que resuelva
explícitamente los problemas que en su tiempo no existían; no se le
puede pedir la misma certeza en todas sus conclusiones, la misma suprema
elegancia intelectual en todas sus cuestiones. Creyó, por ejemplo, que
lo que es hoy el Dogma de la Concepción sin Mancha era una opinión
solamente, y la menos probable, o por lo menos no lo vió claramente (ver
S. Th., III, c. 27); falla que Dios permitió quizá para que no presuma
un hombre, aunque sea un águila del pensamiento, contener él solo el
depósito de la revelación divina, que está prometido solamente al Cuerpo
Total de la Iglesia viviente y perpetua.
El entendimiento del hombre está unido a un cuerpo, que está en el
espacio, y por ende en el tiempo; todo filósofo, por inmortal que sea,
está tocado de temporalidad. No le pidamos a Santo Tomás que viva a la
vez en el siglo XIII y en el siglo XX! Justamente es de todos los siglos
porque vivió a fondo su siglo XIII —lo vivió intelectualmente, que es
la más alta manera de vivir—; pero no es de todos los siglos de la misma
manera. Su mente es tan arquitectónica, sus intuiciones tan profundas y
penetrantes, su sistema tan vasto, coherente y flexible, que realmente
fué en un momento toda la filosofía y será por todos los siglos el
representante quizá más completo de la Philosophia Perennis, de tal modo
que no parece posible surja en lo filosófico prolongación o progreso
alguno, que no sea posible injertar o integrar en ella. Pero en él la
filosofía no era una edición ne varietur, una Biblia protestante, un
depósito muerto de verdades definitivamente formuladas, como la tabla de
multiplicar: ¡era una vida! Insistió tanto él mismo en la penuria de
nuestros conceptos, la intrínseca cojera del pensar discursivo, advirtió
tantas veces que el sistema, necesario a la ciencia humana, no es más
que un sucedáneo de la Idea pura, de la intuición angélica imposible al
hombre! Pero evidentemente, después de decir que el discurso es una
condición peyorativa de la existencia corporal y espacial de nuestra
mente, tiene que entregarse al discurso y a veces por cierto lo hace
hasta el punto de pasarse un poco a la embriaguez dialéctica. Sería
cerrar los ojos a la evidencia querer negar que aquí o allá confía
demasiado en algunas fórmulas, que sustituye en la explicación de los
textos el artificio lógico a la razón psicológica o histórica, que
desdeña un poco la región baja de las ciencias medias en su volar
acucioso al ideal helénico de la ciencia pura, que después de advertir
que los misterios no se comprenden ni demuestran, se pone (comprendedor
incorregible) a dar demostraciones de la Trinidad que no son sino
semejanzas; o bien pruebas congruas de la Encarnación que son especie de
poemas lógicos ad edificationem fidelium más aptos para la oración que
para la apologética. El "intelectualismo" que le han incriminado Bergson
y M. Seeberg no es un racionalismo, mil leguas de eso; pero su
confianza absoluta de que la inteligencia y el ser son una cosa, "ens et
verum convertuntur", de que no hay divorcio final entre la Vida y la
Idea, le lleva a olvidarse a ratos de la oscuridad que infunde la
materia a las cosas de este bajo mundo, a querer explicarlo todo, a
racionalizar todas las enumeraciones, a poner a veces tranquilamente y
sin decir ¡ojo! un orden ficticio, de tipo artístico, en los puntos
impenetrables al ordenar científico, llevado quizá de ese instinto de
simetría que movía al arquitecto medieval a poner estatuas donde no eran
necesarias ni casi posibles. Estaba seguro de que la Inteligencia era
la causa de todas las cosas y por tanto ¡todo tenía que tener
explicación! "Era necesario que Cristo naciese de mujer y sin padre:
porque Adán nació sin padre ni madre, Eva nació de varón sin mujer,
nosotros nacemos de varón y mujer, luego era conveniente "ad decorum
universi" que un hombre naciese de mujer sin varón", ¡para agotar todas
las generaciones posibles! Explicación de tipo meramente poético, donde
la ciencia suprema, la Teología (como advirtió en la Prima Pars, c. 1,
art. 9) toca con los pies la ciencia ínfima, la poesía, con la cual
tiene de común el instrumento del símbolo.
Así como no se puede pedir a la Teología el método propio de las
matemáticas, tampoco se puede pedir a Santo Tomás el aparato de la
teología moderna. El teólogo medieval era un "comprendedor" apasionado,
en tanto que el teólogo moderno parece más bien (no hablo de discípulos
de Tomás como Billot) un "rememorador" minucioso y escrupuloso hasta el
delirio, un custodio armado del hipogrifo del Dogma que jamás se le
ocurre ponerle el freno para salir en él volando. El archivista ha
matado al soñador y los tratados de Teología se parecen hoy mucho más a
códigos que a poemas. Así, pues, no busquen en Santo Tomás, por ejemplo,
las aparateras "notas" teológicas que prenunció Melchor Cano ("De
Locis") e introdujo la polémica con los jansenistas: "Esto es de fe y
esto no es de fe; esto es de fe definida, de fe próxima a definirse, de
fe por la Escritura, de fe por el magisterio común, de fe implícita;
esto es conclusión teológica cierta, doctrina unánime de los doctores,
sentencia común, probabilísima, más probable, probable, disputada." En
la cuestión"De si negar las Nociones (de la Trinidad) es herejía", el
Santo Doctor advirtió en general que toda proposición negante lo que
está de algún modo conexo racionalmente con el Dogma, se reduce también
de algún modo a la herejía, salva siempre la intención subjetiva; pero
él no se aflige por distinguir en su inmenso tratado las diversos grados
de conexión de las verdades con la Revelación: amasa tranquilamente
todo lo que él tiene por verdadero en un solo bloque, que sería
imprudente tener por monolítico; yuxtapone al dogma, la conclusión, la
congruidad, la alegoría y hasta la conjetura; y al lado del teorema
metafísico de que en el Angel la sustancia no se identifica con el acto
intelectivo, estampa tranquilamente el loguema poético de que los
querubines fueron creados en el Cielo Empíreo, confiando quizá demasiado
en el criterio de su lector, incluso del lector de su tiempo.
Menos todavía se le puede pedir a Santo Tomás que haga un tratado
magistral tan accesible como una novela, o que informe teológicamente a
un sujeto impreparado. Es superfluo advertir aquí que la Suma es una
obra científica, por más que el interés transcendente de sus cuestiones,
sus vínculos con todo lo que hay de más humano, la modestia de su
vestidura terminológica y el milagro de la claridad a que la llevó el
genio del Aquinense puedan inducir en error a los incautos: porque, como
notó Vázquez de Mella, la profundidad del pensamiento tomista no está
tanto en las líneas cuanto en los blancos que hay entre ellas; quiere
decir, en lo que suponen las líneas para ser entendidas en toda su
fuerza, que es nada menos que la familiaridad con la filosofía
aristotélica (7) . De modo que dio más bien muestra de inteligencia
aquella dama a quien Fray T. Pegues, o. p., prestó su traducción
francesa de la Summa, la cual después de leer la Cuestión 3ª: "De la
simplicidad de Dios", se la devolvió diciéndole que tenía bastante:
"porque si ésta es la simplicidad de Dios, ¿ qué será su complicación?"
—dijo con todo buen sentido la buena señora.
Pero Tomás de Aquino no fue un filósofo solamente y si fue un gran
filósofo era porque estaba por encima de su misma filosofía. No fue un
solitario como Kant, ni un catedrático como Suárez, ni un reformador
vagabundo como Descartes, ni un diletante de genio como Leibnitz: fue
una especie de atleta intelectual, miembro de una orden naciente, metido
en el vivo foco de la vida religiosa, política y social (que entonces
eran una) de uno de los siglos más hervorosos que han sido: por lo
tanto, en su obra maestra, pese a lo que pueda parecer, no hay nada de
académico, nada de pura técnica y virtuosismo, nada de repuesto o de
sobra, ni mucho menos los abismos de ignorancia que creyó ver, a través
de la suya propia, el pobre Taine. Él sabe ser tan sutil como Escoto,
pero no busca la sutileza por la sutileza; él es tan ecléctico como
Suárez, pero tiene demasiada sangre para no preferir a los sabios
resúmenes o tibios compromisos el avalance del propio pensar personal.
En su catedral no hay criptas ni recovas y hasta el último capitel está
sosteniendo algo; no hay adornos, contrapuertas ni falsas ventanas. Por
cada artículo se entra a alguna parte, y detrás de muchos de ellos está
guardando una Melisinda el Caballero de las Armas Verdes, hecha de todos
los Taines y los Viejos Verdes, sólo superable por la divina
obstinación del Enamorado.
LEONARDO CASTELLANI, S. J.
Mar del Plata, Febrero de 1944,
en el Instituto Peralta Ramos.
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NOTAS
1) Santo Tomás puso a la "Summa" un prólogo de 22 líneas, explicando su
propósito. No es lícito pues ponerle otro prólogo, a no ser que sea un
mero comentario o paráfrasis de la media página del maestro. Eso nada
más quieren ser estas 22 páginas.
2) Le Triomphe de Saint Thomas d’Aquin, "Revue des Jeunes", Paris, 1922.
3) Ver De si la doctrina sacra es argurnentada, I, c. 1, a. 8.
4) In 4 Libros Sententiarum Commentarium.
5) "Vous vous croyez au bout de la sottise humaine? Attendez encore....
." (Histoire de La Litterature Anglaise, c. III, § VIII, pág. 225 de la
edic. de 1866). Taine se hace allí una mezcolanza con toda la Edad Media
bajo la etiqueta equívoca de "escolástica", mezcla de Sto. Tomás con
Abelardo, Pedro Lombardo, Escoto, Roscelin, Bacon, Raimundo Lulio, Occam
y aun con San Ignacio y Sta. Teresa, a quienes califica de "Edad Media
que revienta espléndida y demente". Diderot, a quien é1 moteja
cruelmente de superficial en la "France Contemporaine", tomo I, no
escribió páginas más frívolas ni botaratescas.
6) Ver De si la ciencia sagrada debe usar de metáforas y símbolos —
respuesta afirmativa, en 1ª, q. 1, art. 9. Es curioso que donde tropieza
un gran crítico literario como Taine, ve claro y hace justicia a la
Escolástica un pedagogo protestante, el doctor Phil. - Paul Monroe,
profesor en la sección Magisterio de la Columbia University de Nueva
York. Mejor fundado que Taine en Filosofía, percibe detrás de las
cuestiones "pueriles" de la Escolástica: 1º, las más profundas
inquisiciones acerca del ser, de la naturaleza de la realidad y del
espíritu, de la esencia de lo divino; 2º, un propósito pedagógico de
llegar con claridad a todas las mentes, aun a riesgo de exponerse al
ridículo. En su clásico: "Brief Course in the History of Education",
dice así el profesor Monroe:
"Hence such trivial or even sacrilegious questions as those which are so
often quoted as indicative of the puerility and utter worthlessness of
scholastic learning, in reality deal with subjects regarded as of vital
importance in our own times, "How many angels can stand on the point of a
needle?", "Can God make two hills without the intervening valley?",
"What happens when a mouse eats the consecrated host?" — all such
questions conceal beneath their simple form the most profound inquiries
concerning the relation of the finite to the infinite, the attributes of
the infinite, the nature of reality. Give them a form that only the
trained metaphysician can understand, and they constitutes the
profoundities of modern thought; give them such form as the untrained
adult or the youth just beginning his course of scholastic studies can
comprehend and handle, and they form the alleged "monstrosities" of the
Schoolmen." (LC.)
7) Familiaridad que puede adquirirse meditando la Summa tan bien en
cierto modo como leyendo a Aristóteles y mejor que leyendo manualitos.
Tomado de http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Castellani/SantoTomas.htm
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