Tomamos del blog http://fueralosmetafisicos.com/ el siguiente artículo escrito con una lucidez asombrosa.
Artículo absolutamente recomendado.
link del artículo original : http://fueralosmetafisicos.com/2011/06/10/%c2%bfprogresismo-o-espejismo/
¿Progresismo o espejismo?
Podemos observar que en la actualidad se respira una atmósfera intelectual caracterizada por un permisivismo moral que no tiene antecedentes en el mundo entero.
Hoy por hoy, aquello que siempre ha sido considerado como malo, no sólo es aprobado sino que, incluso, es alentado.
Desde los gobiernos nacionales, provinciales y municipales se promueven
campañas en favor de la ideología del género, del sexo como instrumento
de placer, del aborto, etc.
Hace poco tiempo una inspectora de jardines de infantes, fiel a las directivas que se bajan
en educación, amonestó severamente a una docente porque se le había
ocurrido separar, en un coro, a los varones, que harían sonar las
maracas, de las niñas, que tendrían cascabeles. ¿Cómo era posible que a
esta pobre docente se le ocurriese desafiar a la ya consagrada y
dogmática ideología del género? Ciertamente que era
todo un atrevimiento que no se podía permitir. ¿Cómo podía ser posible
que una maestra de música desafiase a los númenes de la educación actual
que nos enseñan que todo concepto es una pura construcción y que, por lo tanto, no habiendo nada de natural, es preciso someter todo a una resignificación inagotable, menos, claro está, a esta última afirmación.
Estas tesis y otras son moneda cotidiana en nuestras vidas. Sostenerlas equivale a ser progresista. Y ser progresista es la chapa ideal para validarse plenamente ante la sociedad. Sin embargo, si bien respiramos cotidianamente esta atmósfera progresista, no nos resulta fácil aprehender su núcleo de sentido. Por ello nos parece que es de fundamental importancia intentarlo.
El progresismo, que en la actualidad identificamos con el sociologismo, es el producto de la crítica marxista de las ideologías extendida al marxismo mismo. Karl Marx fue un crítico de lo que él mismo denominó ideología. Este término aparece en Marx, por vez primera, en La Ideología Alemana
y resulta, a lo largo de la obra del pensador alemán, ambivalente. A
veces el término adquiere un sentido peyorativo, casi psicoanalítico,
cuando designa las representaciones falsas que los hombres se hacen de
sí mismos y que son productos meramente culturales. En otras, adquiere
un sentido positivo. Este sentido es aplicado al mismo marxismo para
designar la ideología del proletariado. Marx establece, dentro de la
ideología misma, la distinción entre verdad y falsedad: se pueden
distinguir, en efecto, las ideologías reaccionarias, justificadoras de
la realidad dada (ideologías falsas), de las ideologías progresistas y
liberadoras (ideologías verdaderas).
Es curioso observar que el marxismo, pese a su historicismo, mantiene un conjunto de verdades eternas
(juicios de valor o juicios teóricos universales), válidos para todos
los hombres de todo tiempo, como por ejemplo: la idea de hombre social
entendida como negación completa de la idea platónico-cristiana de la
participación (tesis VI sobre Feuerbach); la idea de la dialéctica como
unidad de lo racional y lo real; la posibilidad objetiva de la
realización histórica de una comunidad humana auténtica, caracterizada
por la abolición de las clases sociales y del disfrute; la unidad de
teoría y práctica, de donde viene la crítica de la filosofía
especulativa y la reducción de la idea a puro instrumento de producción;
la visión de la historia como progreso, etc. Ahora bien, cuando la
crítica marxista a las ideologías se aplica al marxismo mismo, el
resultado es el sociologismo o progresismo, posiciones verdaderamente postmarxistas.
La afirmación postmarxista sostiene que todo es ideológico, que es como decir, todo sistema de ideas es producto de un contexto socio-histórico.
Esta última idea va a ser, a juicio de los progresistas o
sociologistas, la única que trascienda todo contexto socio-histórico
para adquirir validez transhistórica. Esta idea es la única verdad,
el único principio universal, el único dogma que jamás puede ponerse en
discusión. Si, entonces, no es posible al hombre alcanzar verdades
transhistóricas (excepto aquella de que no hay verdad transhistórica
alguna), ¿qué valores quedarán en pie para fundar la vida individual y
social? La respuesta es obvia: sólo los valores vitales. De allí que una “sociedad racional” sea aquella que ordena todas sus fuerzas a satisfacerlos.
Dentro de esta lógica, todo adquiere razón de instrumento,
de medio, incluidos el conocimiento y la persona humana misma. Ya no
podremos decir, con Kant, que la persona debe ser considerada como un
fin. Y si la persona humana, en lugar de instrumento apto, se
transformase en obstáculo, deberá ser eliminada. Una vida humana dentro
del vientre de una madre, por ejemplo, que se plantease como un estorbo
para la mujer, para la familia o para la sociedad, deberá ser eliminada.
Por esta razón se habrá de abogar, entre otras cosas, para que el
ordenamiento jurídico de la sociedad legalice el aborto.
En esta sociedad de la opulencia, cuyo núcleo constitutivo es el sociologismo o el progresismo, el hombre ha quedado reducido a la pura dimensión biológica y, en consecuencia, han quedado sólo en pie los valores vitales.
En un mundo así configurado, donde no queda lugar alguno para el
espíritu ni para su cultivo, el reinado del progresismo equivale a la
degradación del hombre a la pura y mínima vida animal y la consiguiente
renuncia a la excelencia humana. En un mundo así planteado, los
negocios, en lugar de los ideales, ocupan el lugar central. Es por ello
que nuestros revolucionarios han devenido de «revolucionarios de la hoz y del martillo» a «revolucionarios de la hoz y del bolsillo».
Augusto
del Noce describe esta patética situación con estas palabras: «El
desarrollo lógico de este proceso espiritual debe ser, por eso, el
“activismo”, la mística de la acción para la acción, la fuga de sí y de
la verdad de la acción. La acción es ya querida por sí, no más como
medio para la realización de un fin. Los valores, en lugar de dirigir y
dar significado a la acción, valen solamente como instrumentos que
pueden promoverla. Pero la acción así entendida se reduce a una simple
transformación de la realidad; y esta transformación, este “mover” que
es por sí querido, no implica una humanidad mejor.
De
allí que el retroceso de los valores equivalga a un retroceso de los
hombres. Ellos cesan de ser fines en sí mismos para convertirse en
instrumentos y en obstáculos para mi acción. La lógica inmanente del
activismo conduce a la negación de la personalidad de los otros, a su
reducción a “objetos” (y nos viene en mente el sentido etimológico de
objeto: “realidad puesta delante de mí”; y por eso, ya no centro de vida
espiritual, sino límite que puedo utilizar o abatir, por mi acción)»
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